Los niños comienzan comunicarse pronto. O al menos, claro, lo intentan. Su comprensión del lenguaje y sus habilidades motoras se desarrollan más rápido que el habla. El aprendizaje de los más pequeños empieza por la imitación, de ahí que aprender lengua de señas sea más natural. Muchos padres podrían pensar que este tipo de comunicación interfiere con el desarrollo natural del lenguaje hablado, pero tan solo lo complementa, a fin de que el proceso comunicativo sea más claro.

Se dice que si las personas sordas estuvieran reunidas en un solo lugar, formarían la cuarta nación más grande ¡del mundo! Solo en España, en 2014, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y el Consejo Nacional de Población indicó que de los el 6% de del país, unos siete millones de personas poseen diversidad funcional auditiva, por lo que no son una minoría, sino una población que merece ser entendida por todos. Quizá por eso no es una locura afirmar que, si todos supiéramos lengua de señas, haríamos de la Tierra un planeta más inclusivo en materia de comunicación, servicios y educación.

Enseñar, conocer y entenderse con soltura en lengua de señas es fundamental para la inclusión, pues sin ella, las personas con discapacidad auditiva pierden el acceso a la información y a la interacción diaria con amigos o seres queridos. Pero el conocimiento de esta es limitado, y las barreras, muy altas para quienes tan solo ir al médico supone una carrera de obstáculos. Por suerte, existen muchas iniciativas para garantizar la inclusión: programas de formación para funcionarios y docentes, cursos gratuitos a jóvenes, incluso aplicaciones móviles para practicar de forma individual.

 

 

 

Fuente: elgranero.com